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Hambrunas del futuro cercano
By John Vidal

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Dentro de 40 años, habrá más de ochos mil millones de seres humanos en el mundo, o sea, dos mil millones más que la población actual. Para darle de comer a todo el mundo, la producción de alimentos tendrá que aumentar en por lo menos un 40 por ciento. El problema es que existen suelos fértiles en apenas el 11 por ciento de la superficie terrestre del globo y estas tierras ya están siendo trabajadas y, debido a técnicas no aptas, los suelos se están degradando y perdiendo.

La fertilidad que se pierde
Según la Organización de Alimentos y Agricultura (FAO, siglas en inglés) de la Organización de las Naciones Unidas) ONU, 75 mil millones de toneladas de tierra, esto es, el equivalente de 10 millones de hectáreas de tierra cultivable, se pierde cada año a la erosión, las inundaciones o la salinización; otras 20 millones de hectáreas se abandonan porque los suelos ya no dan.
Las implicaciones son terroríficas: “El mundo enfrenta una grave amenaza de una escasez mayor de alimentos dentro de los próximos 30 años. Estamos intentando producir más cultivos en menos tierra mientras se incrementan los costos de fertilizantes y combustibles y la oferta de agua se disminuye”, afirma el profesor Keith Goulding, director del programa de Suelos Sustentable del Centro de Investigación de Rothamsted y presidente de la Sociedad Británica de Ciencias de Suelos.
Lester Brown, presidente del Worldwatch Institute en Washington, D.C., afirma que se requieren de entre 200 y mil años para renovar 2,5 centímetros de suelo. “La delgada capa de suelo cultivable que cubre la superficie terrestre del planeta es la fundación de la civilización. Esta capa, típicamente de 15 centímetros de profundidad, se creó durante un larguísimo período de tiempo geológico cuando la formación de suelos nuevos excedía el índice natural de erosión. Pero en algún momento en el siglo pasado, con la expansión de las poblaciones humana y ganadera, la erosión de suelos comenzó a exceder la formación de suelos nuevos sobre enormes áreas”.

Lo que no se ve…
La erosión de suelos no es una prioridad entre gobiernos y agricultores porque normalmente ocurre a un ritmo tan despacio que no se nota el efecto cumulativo sino después de décadas, según David Pimentel, profesor de Ciencias Agrícolas de la Universidad de Cornell. “La pérdida de un milímetro de suelo es tan pequeña que nadie se da cuenta. Pero durante un período de 25 años, la pérdida llega a 25 milímetros, y se requiere unos 500 años para recomponerse mediante procesos naturales”.
La erosión de suelos también conlleva a una productividad reducida debido a la pérdida de agua, materia orgánica y nutrientes. Una reducción del 50 por ciento en la materia orgánica del suelo reduce en el 25 por ciento el rendimiento del maíz. Los países están perdiendo el suelo en ritmos distintos. Estados Unidos, que por poco evitó convertir a los Grandes Llanos en un desierto en la década de los 1930, pierde sus suelos a un ritmo 18 veces mayor al ritmo de recomposición.
La desertificación de China podría ser el peor caso en el mundo, según Brown. “Wang Tao, un experto en el tema, asegura que, entre 1950 y 1975, un promedio de 1 550 kilómetros cuadrados se convirtió en desierto cada año. Durante el último medio siglo, unos 24 mil pueblos en el norte y oeste de China han sido abandonados parcial o totalmente como resultado de ser enterrados por la arena arrastrada por el viento”.
El problema es muy aparente en las praderas de África, el Medio Oriente y Asia central. En 1950, África albergaba 227 millones de personas y 273 millones de cabezas de ganado. Por el 2007, había 965 millones de personas y 824 millones de ganado.

Soluciones
Los países se están despertando. La Unión Africana ha lanzado la Iniciativa del Muro Verde del Sahara para combatir la desertificación en la región del Sahel. Este plan, propuesto por el entonces presidente de Nigeria, Olusegun Obasanjo, resultará en la siembra de 300 millones de árboles en tres millones de hectáreas en una larga banda por el continente entero, del este al oeste. Senegal, país que pierde 50 mil hectáreas de tierra cultivable cada año, sería donde inicia el muro en el occidente. Modou Fada Diagne, ministro del Ambiente, dice: “En vez de esperar que el desierto venga a nosotros, tenemos que atacarlo”.
En julio del 2005, el Gobierno de Moroco, que enfrentaba una grave sequía, anunció que dedicaría 778 millones de dólares a la cancelación de las deudas de los agricultores y la conversión de sembríos de cereales en huertas de olivo y otros árboles frutales.
China se defiende contra el desierto del Gobi mediante un cinturón de 4 480 kilómetros desde Beijing pasando por Mongolia Interior. La meta es la plantación de árboles en 10 millones de hectáreas pero las presiones para expandir la producción de alimentos parecen haber disminuido el ritmo del proyecto.

Fin del arado
Nuevas prácticas agrícolas han sido introducidas como otra arma contra la desertificación. En vez de la práctica tradicional de arar y rastrear la tierra, en algunos lugares se usa una especie de taladro para meter la semilla en el suelo no perturbado y se controlan las malezas con herbicidas. En Estados Unidos, el área cultivada de esta manera creció de siete millones de hectáreas en 1990 a 27 millones en 2007. La técnica se ha extendido de manera veloz: en Brasil se trabajan 26 millones de hectáreas con esta metodología; en Argentina, 20 millones; en Canadá, 13 millones; en Australia, 12 millones.
Pero la mejor esperanza se basa en el reconocimiento del cambio climático. La agricultura produce el 30 por ciento de todo el dióxido de carbono liberado a la atmósfera debido a la deforestación, la conversión de tierras de turba en sembríos y la degradación de suelos. Si se encuentra la forma de premiar la reforestación y la conservación, hay la posibilidad de que se pueda dar de comer a las dos mil millones de personas adicionales que nacerán en los próximos años.

Tomado del Guardian Weekly; título original: “Soil erosion threatens to leave Earth hungry”, 14 de diciembre de 2010 (adaptado y traducido por Mary Ellen Fieweger).
Pie de foto: La población ganadera crece al mismo ritmo veloz que el de la población humana, y los resultados no son muy prometedores para el futuro de nuestra especie. (Mary Ellen Fieweger)