“El primer periodista del Ecuador; el padre de la Medicina natural de hondo pensar y docta ciencia; el primer escritor de envergadura; el revolucionario máximo contra la injusticia social; […] el que grita a América que América es para los americanos […]”. Así el escritor ecuatoriano Enrique Garcés Cabrera describe a Eugenio Espejo, un gran personaje de la historia del Ecuador, cuya importancia no había sido debidamente reconocida durante mucho tiempo.
Espejo nació el 21 de febrero de 1747 en Quito. Fue el hijo de un indígena quechua, Luis de la Cruz Chuzhig, quien trabajaba en Quito como médico después de aprender esta ciencia del padre José del Rosario. Su madre fue la mulata quiteña Catalina Aldaz. El joven se dio el nombre Francisco Javier Eugenio de la Santa Cruz y Espejo para poder doctorarse en medicina, aunque hay también fuentes que afirman que su padre y su abuelo ya llevaban el apellido Espejo.
Un hombre de muchos talentos
Espejo, quien nació y murió pobre, fue desde su niñez un fanático de los libros. El joven se convirtió en un hombre estudioso, con la cabeza llena de ideas progresistas. A los 15 años de edad, se graduó en filosofía del Colegio San Gregorio de Quito. Cinco años más tarde, recibió su doctorado en medicina y tres años después se graduó en derecho.
Durante su vida, el intelectual se convirtió en uno de los pensadores más importantes del Ecuador. Fue periodista, maestro, abogado y el primer director de la biblioteca pública de Quito. Por sus labores como bibliotecario nunca recibió un sueldo.
Además, fue un médico excepcional. Analizó las graves epidemias que circulaban en las calles de Quito. En ese tiempo, se creía que el aire contagiaba a la gente. Pero Espejo se dio cuenta que, por un lado, las personas que asistían a muchos eventos religiosos se enfermaban con frecuencia. Por otro lado, las monjas enclaustradas en los convenios quedaban sanas. Espejo llegó a la conclusión de que las enfermedades son causadas por “corpúsculos”, microorganismos que pasan de una persona a otra por contacto físico. El médico además se dio cuenta que en condiciones insalubres, que eran muy comunes en las ciudades de aquel época, se proliferaban los corpúsculos y, por ende, las enfermedades. Publicó los resultados de sus investigaciones en la obra Reflexiones acerca de un método para preservar a los pueblos de las viruelas en 1785. Ochenta años después, el científico francés Louis Pasteur hizo el mismo descubrimiento como Espejo. Fue él, y no el ecuatoriano, que ha sido honorado por este avance en la medicina.
Un escritor que critica y enseña
Las numerosas obras de Espejo son, entre otras: Nuevo Luciano de Quito (1779), Sermón de San Pedro (1780), El Retrato de Golilla (1781), Cartas riobambenses (1787) y Discurso sobre la necesidad de establecer una sociedad patriótica con el nombre de “Escuela de la Concordia” (1789).
El pensador escribió inspirado en las ideas de la Ilustración. Durante esta época europea, los pensadores exigían la libertad y la justicia, y declaraban los derechos naturales que tienen todos los seres humanos desde su nacimiento.
Las obras de Espejo están llenas de ironía. El escritor criticó la oscura sociedad quiteña del siglo XVIII bajo el dominio español, en donde reinaban la esclavitud y la pobreza, y en donde las personas que violaban las estrictas normas religiosas –que dominaban la sociedad– terminaban enjuiciados por la Inquisición. Garcés Cabrera escribe sobre la reacción de Espejo en contra de la rígida sociedad quiteña de la Colonia: “En medio de tanta ignominia, grita Espejo a cada momento y su grito no encuentra eco ni siquiera en las paredes. Es el magnífico predicador en el desierto”.
Un revolucionario perseguido
El pensamiento de Espejo se volvió cada vez más radical: fue el primero en exigir la independencia de las colonias y la liberación de la dominación española, promovió la igualdad entre indígenas y criollos y también los derechos de la mujer. Fueron sus ideas que llevaron al Primer Grito de la Independencia, el 10 de agosto de 1809.
Por su crítica a los españoles y su pensamiento independista, Espejo tuvo durante toda su vida problemas con las autoridades coloniales. Para deshacerse de Espejo y sus ideas peligrosas, las autoridades le mandaron como médico a Perú en 1783. Pero se quedó en Riobamba porque los curas de la ciudad le pidieron que defendiera a los indígenas que sufrían el abuso del alcalde y el colector de impuestos.
En 1787, fue exiliado por primera vez, por haber escrito el libro El retrato de Golilla, la historia de Túpac-Amaru, líder de un levantamiento indígena en 1780. La obra habla a favor de los indígenas, burlándose de los españoles.
En 1791, Espejo regresó a Quito para crear la Sociedad Patriótica Amigos del País. Ésta tuvo 25 miembros que se reunían cada semana, debatiendo sobre temas como la agricultura, la educación, la política, los avances en las ciencias físicas y naturales, y problemas sociales. Aquí nacieron, también, planes para la liberación de Hispanoamérica del reino español. Para difundir estos pensamientos independistas, Espejo empezó a publicar el primer diario quiteño, Primicias de la cultura de Quito, pero después de siete números, Carlos IV prohibió la publicación. Asimismo, el Rey suspendió la Sociedad Patriótica Amigos del País. Sin embargo, el pensador seguía escribiendo desde la clandestinidad.
En 1795, Espejo fue detenido de nuevo, cuando las cruces de las iglesias quiteñas amanecieron con banderolas que llevaban las palabras: “Al amparo de la cruz, sed libres, conseguid la gloria y la felicidad”. El revolucionario fue llevado a la cárcel. Según Eduardo Galeano: “Acusado de crímenes contra el rey y contra Dios, Espejo fue encerrado en celda inmunda. Allí murió, de cárcel; y con el último aliento suplicó el perdón de sus acreedores.
La ciudad de Quito no registra en el libro de gentes principales el fin de este precursor de la independencia hispanoamericana, que ha sido el más brillante de sus hijos”.